La sociedades de diseño, con sus gobernantes tan obsesionados con la planificación conducen a rebaños enteros, a los pueblos, a situaciones desafortunadas como la apatía generalizada, el desproporcionado incremento en la tasa de suicidios –como ha ocurrido en ocasiones- y el envejecimiento. Por esa razón, tardíamente, la jerarquía cubana parece cada vez más interesada en crear programas emergentes para fomentar la natalidad.
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A la junta militar –no se puede llamar de otro modo a los gobernantes de la isla- les preocupa el ritmo lento del crecimiento de la población y el descenso notable de la fecundidad.
Es la herencia del boceto bien delineado por Fidel Castro para retener el crecimiento poblacional. Al parecer, el rimbombante líder caribeño vio con buenos ojos el programa chino de “un hijo por matrimonio”. Y ahora resulta que hasta los asiáticos se sintieron los embates de tan descabellada ingeniería social.
En el pasado, Castro estimuló el aborto y el acceso fácil a los métodos de anticonceptivos, hasta el punto de que interrumpir una concepción fue todo el tiempo más sencillo, al menos administrativamente, que un tratamiento dental moderado.
Hoy los herederos del barbudo, con el propósito de estimular la natalidad, decretan una cadena de medidas que apuntan a una mayor atención y protección a las mujeres embarazadas, a las madres y padres trabajadores.
Sin embargo, olvidan el factor económico y sicológico social. Por un lado, es obvio que muy pocos tendrán deseos de procrear en un país donde la economía no crece. Los jóvenes no aspiran a encontrar un empleo que les ofrezca una prosperidad económica sostenible dentro de la isla. Todos quieren irse y muchos lo logran.
Se trata de un país hundido, que se hunde cada vez más. Pretender construir una familia en la isla no está muy lejos de un sueño delirante.
Quedan los viejos, los ancianos y los que no pudieron marcharse y los que intentan convertir ese sueño, ese delirio, en un compás de espera… con poemas y canciones.